Me llamo Verónica y comencé a sufrir anorexia y depresión a los 19 años. La rutina de todos y cada uno de mis días era sentirme dentro de una gran apatía, tristeza y no encontraba ningún motivo para sentirme mejor. Obviamente, también mi salud cada vez se veía más afectada y la visita a centros médicos y psicológicos cada vez era más frecuente. 

Desde que tengo uso de razón amo a los animales y tuve la esperanza de que tener un compañero podría ser muy beneficioso para mí. Y así es como un día, mis ojos se toparon con otros redondos y brillantes de un cachorro de teckel. 

En el momento de su adopción, había más perritos en la camada, pero yo sentí atracción por aquel pequeño con un problema de enonagtismo. Cuando llegó a casa, hubo conexión desde el primer minuto, pasamos cada noche juntos, compartimos mil experiencias, mudanzas, momentos muy divertidos… 

Y en las malas situaciones era muy reconfortante el simple hecho de que se tumbara a mi lado. Gracias a Milo pude volver a pisar la playa sin sentirme mal o pensar en mi cuerpo, compartir con él alimentos que antes no tomaba, me acompañó en mi recuperación y fue para mí una gran razón para mejorar mi salud, supe que debía de estar bien para cuidar y ser feliz junto a Milo.

Ahora con 25 años, estoy recuperada y mi salud ha mejorado, ya no tomo antidepresivos porque mi mejor medicina es ver a Milo agitar la cola alegremente y en los momentos difíciles tengo su gran compañía. Sin duda alguna, puedo decir que tener un perro es de las mejores cosas que existen, te mejora la vida de una forma enorme. Yo no rescaté a Milo, él me rescató a mí.

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